In pursuit of happyness

Tuve mis vacaciones hace dos semanas atrás.

Una semana libre para viajar.

La idea era volver a nuestra, recientemente agregada, nave nodriza San Luis.

Los preparativos se sucedían uno a uno, el lugar para dormir, qué cocinar, que llevar para comer, cuando salir a comer fuera, el recorrido de la ruta (que tanto me desconecta), el tiempo juntos, para el negro y para mí; algo que escasamente tenemos hoy por hoy y nos es tan necesario.

El auto no pudo ser entregado a tiempo (gracias PARO DE IMPORTACIONES!! Mil gracias!!) y de golpe toda la idea de este viaje, que prometía ser indispensable para el corazón y la cabeza quemada, supo irse bien lejos nuestro.

Quizás podríamos irnos en micro a algún lugar…

Pero no se podía por muchas razones pero en particular porque se acercaba (peligrosamente?) el ultimo feriado y estaba todo reservado y agotado.

Nos quedamos.

Nos quedamos en nuestro nidito de pocos 30 mts. cuadrados; alternando con la casa de mi suegra (quien se encontraba de viaje), la cual al menos tiene balcón a la calle.

Al principio la idea no nos fue para nada simpática, ambos necesitábamos alejarnos de esta Buenos Aires ruidosa y llena de smog y bocinas y apuros y empujones y locura.

Un día salimos con las bicis y nuestra ruidosa, sucia, ajetreada, fatigada y agresiva ciudad de residencia se abrió como un tulipán frente a nuestros ojos.

La tranquilidad nos llegó en el medio de un paseo, con bondiolita y cervezas de por medio una noche en costanera.

El desagote de cabeza apareció cuando nos quedamos una tarde entera en el balcón de mi suegra tomando mate y saludando y hablando con los vecinos de otros balcones, que curiosos salían a ver que estábamos haciendo tanto tiempo ahí (la gente que tiene balcón muy pocas veces le da la importancia que se merece, créanme que es un elemento muy importante, más si da a la calle; denle más bola, trátenlo con cariño, que no sólo es para las innumerables macetas o colgar ropa, sirve para mucho mas).

El relax me atacó en una siesta descuidada, tirada en un colchón de una plaza, de la cama de mi suegra, apretados (hacinados?) en ese minúsculo lugar, con contracturas por dormir en ese estado, con calor por el roce inevitable de nosotros dos y con piernas sobresaliendo de las sabanas tan angostas.

La paz que tanto busqué en otro mapa, en otra geografía me golpeó la puerta cuando miré los ojos del negro y ví en él el brillo más intenso y la alegría más sincera de que no importaba el lugar sino la compañía.

Gracias por lo simple… los detalles lo son todo; no lo olviden, lo importante es buscar la peculiaridad en las pequeñas cosas; y yo lo había olvidado; pero, por suerte, lo recordé.

Buen viernes!