Me dijo que mi cabello tenía líneas blancas.
Que iban y venían.
Que no hacían un camino derecho, que las líneas eran caprichosas.
Que no entendía por qué pasaba ésto.
Que su mami no tiene eso blanco en su cabello.
Que su papi no tiene esas líneas tampoco.
En un acto de amor me explicó que no me preocupara y que ella iba a encargarse del asunto.
Me comentó que me iba a poner linda.
Le expliqué que hiciera cuánto gustara, que mi cabello y yo quedábamos en sus manos.
Me recliné en un muelle de madera, y mientras oía el canal Arias pasar por debajo de nuestras almas, cerré los ojos.
Los abrí una vez que ella me indicara el permiso para hacerlo y me contó que mientras yo dormía ella había hecho un arreglo en mi cabeza.
Y así fue como en el primer día de año nuevo, Isabella y sus cuatro años de edad me compusieron la imagen poniéndome plumas de pava de monte y flores silvestres en mi cabello.